Muchos escenarios se nos presentan cuando pensamos en la manera en la que podríamos vivir sin tecnología. ¿Cómo era nuestra vida antes de tener la inmediatez del teléfono celular, de la televisión o incluso de la radio para poder ser, saber y sentir, para poder entablar algún tipo de comunicación?
Los compromisos tenían otro sentido, la memoria era más importante, el tiempo tenía otro valor… en fín. Quizás todo es igual, pero muy seguramente la manera en la que esto nos forma es distinta.
Si vamos al espacio primordial de formación, aquel en el que pase lo que pase es «el curso» que no debemos reprobar, y si lo hacemos siempre tendremos a los mismos profesores y compañeros que nos pueden dar ánimo y fuerza para continuar, el uso de tecnología ha tomado roles progresivamente más importantes e «intromisivos» por no decir usurpantes en nuestra comunicación cotidiana.
La tecnología como elemento «usurpante» en el cotidiano desde el peor escenario posible puede describirse como aquel en el que estar al tanto de aparatos nos impide encontrar formas de ser, saber y sentir comunes entre quienes hacen parte de nuestro núcleo familiar. Estar pendientes del celular a la mesa, (si aun conservamos la antigua tradición de hacerlo); depender del televisor para acordar un momento familiar, o incluso dejar que sea una pantalla la que se encargue del cuidado de los menores al no tener alternativa educativa o «comunicacional» para que compartan con nosotros.
Y es que la presencia de la tecnología en el escenario familiar, como lo comentamos recientemente, no es un hecho que deba alarmarnos en su esencia misma. Lo realmente importante es que en familia, cualquiera que sea su dimensión, significado o rutina, reconozcamos formas de comunicarnos sin perder el sentido de lo que siempre hemos reconocido como el elemento más importante de una sociedad: sus estrategias de comunicación.
Al respecto, con una cordial invitación de Santillana a través del Sistema UNO Internacional, tuve la oportunidad de compartir algunas reflexiones con relación a esta temática en una serie de «entrevistas» que buscan brindar luces acerca de lo que podemos aprovechar de la implantación de tecnología en nuestras familias, en los núcleos de nuestra identidad. Entre ellas se lee que no es necesario preguntarse por la tecnología como algo ajeno a la familia, muy a pesar del phubbing (ignorar a los demás con el uso del celular), como no lo es a la comunicación que en ella y con ella se deben fortalecer.
Sea este un modo de agradecer la oportunidad y promover este diálogo que me enriquece en una arista imprescindible del uso pedagógico de tecnología, tema y problemática que sigue siendo mi clave.
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